Contexto Histórico

En los conflictos territoriales, la tierra suele ser a la vez el lugar y la apuesta de la lucha social.

Esto se ha demostrado repetidamente en el conflicto palestino-israelí, especialmente en los enfrentamientos, a menudo dramáticos, en los Territorios Palestinos Ocupados entre colonos israelíes respaldados por fuerzas de seguridad militarizadas y habitantes palestinos originarios. Si bien, se basa en una narrativa religiosa y cultural en torno a las antiguas tradiciones judaicas, el movimiento sionista –que postula la autodeterminación de Israel y que se conforma en Europa a finales del siglo XIX–, es un proyecto laico de construcción nacional, cuyo objetivo es la consolidación de un Estado-nación judío en Eretz Israel, es decir, en territorio Palestina, pero basado en una identidad explícitamente racial que no pertenece a la ideología moderna de Estado-nación (Kovel 2007), permite que el estado sea parte de una agresión en contra de lo no Judío o no perteneciente a la etnia judia. En las palabras de Ilan Pappe (2006, 11), “el sionismo secularizó y nacionalizó el judaísmo. Para llevar a buen puerto su proyecto, los pensadores sionistas reivindicaron el territorio bíblico y lo recrearon, incluso lo reinventaron, como cuna de su nuevo movimiento nacionalista”.

Después de que Saladino, quien fue un sultán musulmán y militar de origen sunita que logro  capturar jerusalen en 1187 (Walker, 2023).El Islam se convirtió en la religión dominante en la región, aunque también estaba habitada por muchos cristianos. La Primera Guerra Mundial supuso el colapso del Imperio Otomano, y la autoridad «oficial» sobre Irak y Palestina (incluida la actual Jordania) pasó al gobierno británico, mientras que Siria y Líbano pasaron al gobierno francés. En 1917, el gobierno británico emitió la Declaración Balfour, que declaraba que en Palestina se establecería un «hogar nacional para el pueblo judío». La Organización Sionista Mundial propuso inicialmente que su hogar se extendiera desde el Mediterráneo hasta mucho más allá del río Jordán, mientras que varios gobernantes árabes imaginaban un imperio que uniera a los millones de árabes que ya habitaban la región. En el tiempo entre guerras la migración judía “Sionista” llegaba desde todas partes de Europa con el fin de regresar a su “Tierra Prometida” según los estudiosos de la Tora e ideólogos sionistas apoyados a la vez por grupos poderosos de Inglaterra. Uno de los puntos esenciales de la colonización y apropiación territorial es la compra de tierras agrícolas por parte de Sionistas de la primera generación los cuales después de comprar el terreno excluían de todo tipo de trabajo y acercamiento a los mismos por parte de palestinos. El propósito era que las generaciones siguientes de judíos, nacidos en estas tierras, tuvieran un sentimiento de arraigo hacia esta tierra la cual defenderían sobre cualquier invasor (Benz, 1982).

El gobierno británico ayudó  abiertamente el movimiento sionista con la finalidad de mantener cierta hegemonía territorial en Medio Oriente , además de excluir a Transjordania de los términos de la declaración en 1922, facilitó en general la inmigración y el asentamiento de judíos en Palestina. Según las cifras citadas en el relato de Flapan (1987), la población judía en la región creció de aproximadamente 86.000 en 1922 a 400.000 en 1936 (el 11% y el 30% de la población total respectivamente, y gran parte del crecimiento se produjo después de 1933 en respuesta al holocausto en Europa). Si bien, fue una colonia británica, Malcom Macdonald, secretario de las colonias británicas, un año antes de la Segunda Guerra Mundial, el cual era responsable de 50 colonias, comentaba que Palestina le tomaba el 50% de su tiempo. En 1939 hubo una revuelta árabe impulsada por el alto comité árabe en contra de los británicos en conjunto con la banda Stern y otras células de origen judío que duró tres años, la cual fue aplastada por los británicos. La resistencia provocó que limitaran la inmigración judía a Palestina a 75,000 personas durante 5 años lo cual los sionistas tomaron como un acto de traición por parte de los británicos ya que coincidía con lo sucedido en Europa con el Holocausto (Burleigh, 2014).

No fue hasta la huelga general de 1936, que dio paso a la Revuelta Árabe de tres años de duración, cuando las autoridades británicas se vieron obligados a tener en cuenta la oposición de la gran población autóctona palestina a la expropiación de sus territorios, y propusieron un compromiso que restringiría temporalmente la inmigración. En 1937, el gobierno británico encargó a la Comisión Peel que investigara la situación y propusiera una solución, lo que dio lugar al plan de partición de la comisión de 1937. Este plan proponía dividir parte de la zona norte del Mandato de Palestina en un Estado judío y el resto en un Estado árabe, con la excepción de Jerusalén, que permanecería bajo control británico como mandato. Esta propuesta fue rechazada por el XX Congreso Sionista alegando que los judíos tenían el derecho inherente a establecerse donde quisieran, incluida Transjordania (Flapan, 1987). Aunque las fuerzas británicas consiguieron someter la revuelta árabe, intentaron pacificar a la población ofreciendo limitar la inmigración judía y, finalmente, exigiendo el consentimiento árabe. También se retractaron del plan de partición y declararon que consideran la posibilidad de establecer un Estado unificado en 1949. En respuesta a esta propuesta, Ben-Gurion y otros sionistas redactaron el Programa Biltmore, que exigía que toda Palestina fuera declarada Estado judío. El gobierno británico rechazó esta exigencia y siguió restringiendo la inmigración judía a Palestina. Los sionistas empezaron a recurrir al terrorismo en sus esfuerzos por forzar la capitulación británica, lo que agravó aún más los conflictos entre las autoridades británicas y los líderes sionistas. Finalmente, las Naciones Unidas crearon el Comité Especial sobre Palestina, que reintrodujo la opción de la partición en 1947, pero con un Estado judío mucho mayor que el propuesto por la Comisión Peel (Abunimah, 2007). Como indican varias de sus declaraciones, Ben-Guiron y otros líderes sionistas aceptaron la partición de la ONU en el entendimiento de que el Estado judío podría entonces ampliar lenta y discretamente sus fronteras hasta abarcar toda Palestina. Los líderes árabes, por otro lado, reconocieron que la gran mayoría de Palestina ya estaba habitada, y rechazaron la partición como un intento imperialista de dividir al pueblo árabe (Flapan, 1987; Pappe, 2006).

La división territorial hoy conocida entre los estados-nación de Israel y Palestina entonces tuvo su inicio durante el siglo XX, en especial durante el año de 1948 cuando el mandato británico dejó la protección de ese espacio estratégico  y los sionistas europeos declararon la formación de Israel como un estado moderno en el territorio palestino. A pesar de que lucharon tanto palestinos como judíos sionistas en el ejército británico en la segunda guerra mundial, el Holocausto tuvo un gran impacto en el proyecto sionista y la percepción pública internacional del proyecto sionista. 

Las atrocidades del Holocausto dieron credibilidad a los argumentos a favor de un Estado judío y generaron temores de antisemitismo que los sionistas han utilizado sistemáticamente para desviar las críticas a las políticas y acciones israelíes hacia los palestinos autóctonos (Finkelstein, 2008). La idea de crear  un estado Palestino Binacional se abandonó en gran medida, hasta el punto de que incluso ahora permanece al margen del debate (Burleigh, 2014).

En 1948, cuando Israel se declaró Estado , Ben-Gurion sabía que obligaría a los Estados árabes a entrar en un conflicto que no podían esperar ganar. En lugar de ello, los dirigentes sionistas utilizaron la guerra para expulsar por la fuerza a 760.000 palestinos (el 70% de la población) y apoderarse de sus propiedades (Said, 2003, Flapan, 1987). A medida que los informes sobre la violencia y las masacres cometidas por las fuerzas israelíes impulsaban al pueblo palestino a huir para salvar sus vidas, el gobierno israelí se apoderó de sus hogares y propiedades. De esta fecha en adelante la expansión territorial ha sido caracterizada por la violencia étnica, tergiversación lingüística a favor de los ocupantes o colonizadores. Al inicio de este suceso se le conocería como la “Nakba” (Flapan, 1987, Pappe, 2006). 

Los inmigrantes judíos empezaron rápidamente a reclamar estas casas y negocios mientras la gente que las construyó sufría y moría en masa en campos de refugiados terriblemente superpoblados. Para algunos, estos campos se convirtieron en símbolos de desafío a los intentos del gobierno israelí de borrar su historia, y se negaron a abandonarlos a menos que fuera para regresar a sus hogares en Palestina. El gobierno israelí aún no ha ofrecido a estos ni a ningún otro refugiado palestino compensación o esperanza de retorno, y en numerosas ocasiones -como en Sabra y Shatila, y ahora en Yenín (Al Jazeera 2023)- ha intentado desmoralizar a los refugiados aterrorizando los campos y masacrando a sus habitantes.

El territorio controlado por Israel fue creciendo a lo largo del siglo XX con guerras en contra de las naciones colindantes, Egipto, Siria, Líbano, Jordania. Sin embargo, esto esto no pudo haber sucedido sin tener el apoyo de alguna potencia, es el caso de los Estados Unidos de América, los cuales no solo proveen de apoyo militar o logístico sino también de ayuda política tanto al interior como al exterior. Existen leyes internacionales en las que se prohíbe la entrada a los territorios palestinos (Speri, 2022). Estas se justifican como zonas de exclusión o peligrosas para personas extranjeras, sin embargo, es todo lo contrario. La presión por parte de los sistemas de seguridad sobre la entrada y salida de los territorios palestinos a zonas de control israelí son de índole caprichosa sobre cuándo y cuántos pueden entrar en los territorios.

Lo esencial en este complejo acontecer territorial es el apoyo externo que recibe la Nación Israelita (Sionista) para poder utilizar cualquier medio, ya sea legal o ilegal, en contra de poblaciones no reconocidas como judías. Para lograr un estado judio puro, desde un principio se enfatiza la cuestión étnica y el uso de métodos extremos, como la violencia (Pappe 2006; Wolfe 2006, 2012; Yiftachel 2002). Esta combinación de racialización y exclusión junto con la expropiación de tierras y territorios ha llevado a muchos académicos aquí mencionados y activistas a aplicar al sionismo el concepto de colonialismo de colonos—que pretende usurpar el territorio para asentarse, así como los recursos que contiene—desarrollado por Patrick Wolfe (1999; 2006; 2012). En términos generales, el Estado de Israel se encuentra en algunos aspectos aún más en el extremo colonialista del espectro que Norteamérica o Australia, sobre todo por la contemporaneidad de la limpieza étnica sistemática de Palestina por parte de Israel y el racismo que sigue abierto y explícito de la visión sionista que la inspira, que tiende a contrastar con la ideología formal de pluralismo secular y asimilación adoptada por otros Estados coloniales a medida que ha ido disminuyendo la legitimidad de sus ideologías raciales (Pappe 2012). No se trata de una anomalía menor ni de una desviación del comportamiento de otros Estados colonos-coloniales que pueda pasarse por alto fácilmente, sino de un principio básico del sionismo y de la identidad oficialista israelí que requiere un contexto.

Históricamente, la tradición de antisemitismo que prevaleció en Europa y sus ramificaciones coloniales y que dio lugar a los horrores del Holocausto nazi ha dejado una huella duradera que hace que exista reticencia a criticar a Israel o al sionismo. Esta culpabilidad se ve agravada por la frecuencia con la que los defensores del sionismo en los medios de comunicación y el mundo académico lo manipulan para desviar cualquier crítica que llegue, aunque sea a costa de aumentar el riesgo de que el antisemitismo genuino pueda pasar desapercibido (Finkelstein 2008). Pappe (2012) sugiere que esto no siempre es del todo cínico, sino que puede formar parte de una construcción de victimismo en la ideología del  sionismo oficialista que también considera a los palestinos autóctonos como extranjeros en el legítimo hogar del pueblo judío. Edward Said (2001) vincula este factor histórico con el geográfico al sugerir que la tendencia unificadora de una amenaza externa planteada por un enemigo que es diferente  físicamente puede estar reforzando la cohesión interna y la asertividad de ambos bandos. La amenaza (objetivamente real) que Israel plantea a los palestinos y la amenaza (autoimpuesta) que los palestinos plantean a la lógica racista y excluyente del sionismo desplaza el foco de atención. En ambos casos la invocación de la amenaza exterior sirve para desviar la atención de las necesarias transformaciones internas: en el caso de Israel, a la contradicción entre un Estado laico y judío; en Palestina, al servilismo de la Autoridad Palestina y su traición a los auténticos intereses del pueblo. Cambiar la situación exige abordar tanto el problema de la dominación israelí como la necesidad de un autogobierno democrático en lugar de un régimen clientelar impuesto por la potencia ocupante.

Cualesquiera que sean sus razones y condiciones favorables, esta ideología de limpieza étnica sitúa al sionismo en un conflicto de suma cero con los palestinos autóctonos, cuya mera presencia supone una amenaza existencial para la autoidentidad de Israel. Precisamente porque la asimilación no es una opción, la resistencia es una cuestión de supervivencia para muchos palestinos que no pueden o no quieren abandonar sus hogares, familias y comunidades, incluso frente a la dominación, la violencia militar y el genocidio israelíes. La toma de poder de fuerzas más dedicadas a la limpieza étnica de Palestina a finales de 2022 se parece como ha inaugurado lo que parece ser una nueva ronda de  agresiva conquista territorial sionista (Al Tahhan 2023; Solomon 2022).

Por lo tanto, la lucha entre    palestinos y el proyecto estatal del sionismo representa un tema contemporáneo importante para el compromiso público y el debate por derecho propio, y de relevancia directa para América Latina. La ayuda israelí a las dictaduras históricas de derecha en la región, como los Estados Unidos pudo evitar una mayor oposición interna a sus acciones en América Latina canalizando recursos militares y de otro tipo a través de Israel, incluso cuando los avances en las tecnologías militares israelíes le permitieron empezar a suministrar sus propias armas, así como las contribuciones de la diáspora palestina a las luchas por los derechos humanos y la justicia social, hacen que el conflicto tenga una relevancia directa para la política interna latinoamericana (Munck y Pozzi 2019; Robinson 2019). Al mismo tiempo, el carácter territorial del conflicto lo convierte en una importante oportunidad para avanzar en el uso de la cartografía web para la enseñanza. Aunque muchas personas conocen el conflicto, muchas menos están familiarizadas con su contexto geohistórico o su significado. En un sentido muy amplio, se trata de una lucha por el territorio y la identidad que afecta de lleno a la noción moderna de Estado-nación y a su territorialización como entidad física delimitada. En este sentido, la consolidación de Israel plantea importantes cuestiones relativas a las pretensiones del Estado de ser el portador de la identidad nacional, así como la forma excluyente en que su configuración territorial se traduce en el uso arbitrario de la violencia y la negación de derechos básicos en función del lugar de nacimiento (Jones 2012; Lefebvre 2003). Especialmente para los palestinos, la toma violenta del territorio y la delimitación de las fronteras igualmente violenta no es un hecho aséptico en un libro de historia oficial, sino una realidad cotidiana de dominación y resistencia, que da al traste con la aparente fijeza del territorio del Estado (Delaney 2008).


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